Cambiar de aires
Ya hace setenta y un días que un servidor de uno mismo ha ubicado su residencia en otra ciudad, en otra comunidad autónoma. El objetivo era cambiar también de país (pays oder country) pero, finalmente, lo que se puede se puede y lo que no, es muy arriesgado. Lo pretendido es conseguir un poco de esa experiencia que de todo buen candidato se da por supuesta, pero que no todos tenemos en lo que queremos, sino en lo que nos han dejado o buenamente hemos podido.
Así, levé anclas, abandoné a los míos y ahora me encuentro solo ante el peligro. No obstante, la soledad no es tan amarga si se encuentra a nuevos compañeros de viaje que suplan algunas partes de la ausencia de los amigos (me temo que no de los familiares, para esto es menester intimar algo más). Sin embargo, este reemplazo no alcanza más allá de unas salidas por las zonas de copas, acto social que no guarda una relación biunívoca con la amistad. Se agradece, pero no es lo mismo. A uno lo conocen quienes lo han sufrido y precisamente por seguir ahí (a cinco horas y media en coche o a varios períodos de una señal electromagnética) es que uno piensa que, por algún motivo inconfesado, los miembros de esa panda de rufianes lo aprecien. ¡Va por ellos! Se da por supuesto —esto sí— que el servidor de hace un párrafo también guarda algún nexo afectivo que, si Dios es bueno, perdurará eternamente.
Siempre me he considerado un tipo independiente. No autosuficiente, sino sempiternamente envuelto en soledad. Quizá sería más apropiado decir solitario (cela me dit quelque chose!), pues. A la fuerza soltero, etimológica y semánticamente escribiendo, no soy capaz de ahorrar la suficiente moralidad para convertirme en cliente preferencial de un lupanar de categoría. Son muchas las películas vistas que refieren a la capacidad del sistema urológico femenino de transformar su pipí en fragancia como para defenestrar tanta educación un sábado por la noche. Cada vez son menos los que comparten esta situación (la del celibato), si bien, los del otro lado también se esfuerzan en compartir momentos.
Me temo que, llegados a algún momento futuro, alguna caiga rendida en mis brazos y me jure amor eterno. O quizá por unos años. No sé si ese será uno de los mejores momentos de mi vida, probablemente sí se acerque mucho. En ese momento, casi seguramente cambiará mi concepción de la solitud, de la amistad y de mí mismo. A partir de ese momento no seré yo, seremos nosotros; y espero que el cambio sea gradual, porque alguno de a quienes brindé estas líneas me anticipó un antes y un después. Entre ustedes y yo: veo más largo el primero; así que apresúrense las interesadas, antes de que devenga en una decrépita imagen de mí mismo.
…
Algún día terminaré este texto, que no sé a santo de qué he comenzado ni por qué derroteros fluirá.